un Cuento de Ciencia Ficción de
Caffieri Laura
Se adentraron en el bosque. Comenzaba a llover. Dylan corría sin descanso, Richard tras él.
El camino era desolado. Había pocos residentes estables en aquella zona, él amaba eso. La paz era interrumpida solo, en la temporada veraniega.
No demoraron en llegar. Una casa cúbica con grandes ventanales y escalera de madera, típica construcción del lugar, estaba frente a ellos. El niño se detuvo y Richard, dejándolo atrás, entro presuroso.
Lo que encontró no lo hubiera imaginado nunca. Tendida en el piso de uno de los cuartos, con la cabeza volteada de lado, una mujer de avanzado embarazo se encontraba sobre un charco de sangre. Junto a ella, una escalera de hierro sostenía con su parte superior el tragaluz del techo, que permanecía abierto, atravesado por una gran rama del árbol aledaño que había caído a causa del fuerte viento del sur. El escenario daba a pensar en una accidentada caída desde lo alto de la escalera. Al visualizar el cuadro trágico de esa habitación, se arrodilló junto a la mujer para constatar sus signos vitales; estaba viva, aunque había perdido mucha sangre de un corte en la cabeza ocasionado por el mismo golpe de la caída. El bebé dentro de su vientre no se movía, pero dejaba escuchar sus latidos tenues. Richard contempló a la mujer y suspiró. Estaba feliz de haber llegado a tiempo. Volteó, caminó hasta la entrada y volvió a tomar a Dylan de los brazos –Quédate aquí amiguito, no te acerques —le dijo firmemente pero con dulzura.
Inmediatamente, comenzó a llamar al 911 mientras regresaba junto a la mujer. El niño asomó su cabecita curiosa y asustada, pese al pedido de no acercarse. Su carita empezaba a tomar color. Richard le sonrió. —Tranquilo, mamá va a estar bien, van a estar bien. —El pequeño devolvió la sonrisa y se retiró de su vista.
No tardó en escucharse el sonido de la ambulancia. Richard se puso de pie y corrió hacia la puerta para guiar a los médicos de emergencias a la habitación.
—Buenas noches —extendió su mano para el saludo frente a los médicos zonales.
—Dr. Ricardo Colombo, por aquí por favor.
Dispusieron a la mujer sobre la camilla y la subieron a la ambulancia que marchó rápidamente.
La escena ya estaba tomada por oficiales de policía y bomberos que comenzaron a accionar para retirar el árbol abatido sobre la propiedad.
El cirujano respondía las preguntas de rutina que uno de los policías le efectuaba, cuando interrogó: -¿qué pasará con el pequeño Dylan?
—¿Qué pequeño? —le respondió el oficial.
—El hijo de la mujer, está asustado. Espere por favor, voy a buscarlo. Entro a la casa y no lo encontró allí. —¡Dylan! -Grito llamándolo. Bajó los escalones de madera y fue a la parte trasera. Nada...
—¿Habrá subido a la ambulancia? —pensó. Entre tanta gente ir y venir y el tiempo que había estado explicando a los policías lo sucedido, le había quitado la atención a Dylan.
—Quizás se fue en la ambulancia oficial —dijo –¿podría averiguar?, me preocupa ese niño.
—Es lo más probable, despreocúpese; yo me encargo. El oficial asintió haciendo un gesto de cortesía con su gorra.
Terminado el interrogatorio, tomó el maletín y emprendió camino a su casa. Todo quedaba ahora en manos de la policía
La noche fue corta y al llegar la mañana necesito de un café negro para poder hilar dos pensamientos coordinados.
Antes de agarrar ruta camino a Mardel se detuvo en el hospital zonal de Villa Gesell donde habían derivado a la mujer. Se maldecía por no haber preguntado el nombre de ella, no podía creer como no lo pregunto. —Nervios, seguramente eso fue la causa de tal descuido. —se dijo.
Se presentó en mesa de entrada y una enfermera lo acompañó hasta la sala de terapia donde la mamá de Dylan descansaba. Le había anticipado que le practicaron una cesárea, el bebé estaba muy bien recobrando fuerzas en la incubadora; y que el marido, que se encontraba de viaje por negocios, había sido avisado y estaba regresando.
Frente a la cama de la mujer leyó la historia clínica y pudo saber que el nombre era Carla.
Ella abrió los ojos, le sonrió, estiro su mano y la puso sobre las manos de Richard.
—¿Eres mi salvador, verdad?, gracias -Richard se sonrojó.
—¿Cómo está Dylan?
—Dicen que bien, en la incubadora, aún no he podido verlo.
Richard dio palmaditas a su mano.
—Sí, lo sé. Yo te pregunto por Dylan, tu otro hijo. Anoche lo perdí de vista y quedé preocupado.
Carla lo miro con extrañeza, -¿qué otro hijo? No tengo otro. Dylan es mi único bebé y vos nos salvaste la vida anoche.
—Descansá —le dijo Richard con una sonrisa, y se alejó rumbo a la salida donde preguntó a la enfermera sobre el hijo mayor de Carla.
No había hijo mayor… Richard empezó a repetir en su mente los sucesos de la noche anterior mientras se dirigía a Neo.
Tras el gran vidrio de la sala se veía la incubadora con un cartel.
Decía: Dylan Montes. Cesárea, 3,500 kg.
Absorto, quedo de pie, inmóvil; con su mano apoyada en aquel cristal que lo separaba del milagro que sacudía sus convicciones.
*Imagen sacada de internet.