un Cuento Policial de
Zas Gabriel Marcelo
Estaba con mi amigo compartiendo, sentado al calor de un estufa de leña, una copa de vino, en una fría noche de invierno, a principios de julio de 1975. Yo había llegado a Argentina hacía poco, pero el inspector Dortmund tenía unos meses más que yo residiendo en el país. Así que, supuse que en el periodo de tiempo que yo estuve ausente, mi amigo había resuelto una serie de casos de los que aún no tenía conocimiento. E impulsado por esa intriga, le planteé el asunto al inspector.
_ Esperaba que algún día me lo preguntara_ me respondió enseguida, con absoluta franqueza.
_ ¿Entonces, verdaderamente resolvió casos en esos meses de recién llegado?_ le repliqué exultante de expectativa.
_ No muchos. Pero sí. Y estaré sumamente complacido en compartirle algunas de esas remembranzas resumidamente, si usted está de acuerdo en que lo haga, claro.
_ ¡Soy todo oídos!
_ Del primero que me involucra, tengo que admitirle que me hice a un lado de la investigación a los pocos días. El caso en cuestión ocurrió en Pilar, en una sofisticada quinta situada al lado de la ruta. Si mal no recuerdo, fue en los primeros días de marzo. Unos intrusos se infiltraron en la propiedad mediante el jardín. El dueño de casa, el señor Francisco Albarello, sintió ruidos durante la madrugada, se levantó de su cama, tomó la carabina que tenía debidamente guardada debajo de su cama, la preparó y se asomó precipitadamente por la ventana, pero tomando todos los recaudos necesarios. Al percibir una serie de extraños movimientos de unas sombras que se encaminaban hacia su propiedad, no dudó en disparar. El resultado fue un joven de 14 años muerto por la espalda. El otro logró huir. El problema legal que se presentaba era que la víctima estaba desarmada. Y eso significó un gran problema para el señor Albarello.
_ Pero, dadas las circunstancias, su reacción fue natural y completamente justificada. Él escucha ruidos, ves sombras merodeando en su jardín, que por la oscuridad reinante, no pudo discernir si se trataba de una persona adulta, de una persona joven, de un hombre o de una mujer, como así tampoco pudo advertir si alguno estaba armado o no. Atemorizado por lo pudiera ocurrir, dispara, incluso sin la intención de herir a nadie, sino simplemente como una distracción para ahuyentar a los intrusos. Desde mi perspectiva, es un claro caso de legítima defensa y con circunstancias atenuantes en favor del señor Albarello. La muerte del joven fue un daño no deseado.
_ En cierto punto estoy de acuerdo con usted, Doctor. Pero no olvidemos que hay un Código Penal que sugiere que lo que hizo el señor Albarello fue asesinato.
_ Insisto en que las circunstancias son favorables.
_ ¿Para quién? La Justicia no entiende de estas cuestiones. Por definición de ley, el señor Francisco Albarello asesinó a otra persona sin motivo aparente.
_ ¡Es injusto y usted lo sabe, Dortmund! ¿Ni siquiera se puede alegar exceso de legítima defensa, aunque no comparta el término? Eso le atenuaría la condena.
_ Estamos de acuerdo en que el exceso de legítima defensa es un artilugio, que a criterio personal, beneficia al culpable impunemente. Pero en el caso que nos ocupa, ni siquiera existen elementos que invoquen esa figura penal. Simplemente fue asesinato y punto.
_ Lo que no comprendo es porqué usted se apartó del caso.
_ Porque la estrategia de la defensa, en complicidad con agentes de la Policía local, era plantarle un arma al joven muerto para alegar legítima defensa. Y yo soy una persona honesta y derecha. Usted me conoce muy bien, Doctor. Haber seguido en el caso hubiera sugerido ir en contra de mis propios principios.
_ ¿Hubiera funcionado el argumento de la legítima defensa?
_ No, por lo que usted mismo planteó antes: la oscuridad, la falta de claridad para distinguir a los intrusos... En fin. Sin embargo, siguieron adelante con esta idea. Y decidí hacerme a un costado. A la semana me enteré que la Policía halló al cómplice que huyó. Y que su versión de los hechos echó por tierra la farsa de la legítima defensa. El señor Albarello fue condenado a 18 años de cárcel efectiva por homicidio simple, agravado por tratarse de un menor de edad.
Hubo un momento de silencio en el que me puse a reflexionar seriamente lo injusta que muchas veces resulta la justicia. Estoy totalmente convencido que en otro país este caso hubiera terminado de otra manera absolutamente diferente.
_ ¿Quiere que lo siga haciendo partícipe de mis otras remembranzas?_ interrumpió Dortmund mis pensamientos.
_ Por supuesto_ admití saliendo de mi absorto.
_ Este otro caso resultó ser de una sencillez extrema, al menos para mí. Una mujer acusó falsamente a su marido de golpear a su hija, simplemente porque quería divorciarse de él para casarse con su amante, casualmente el único testigo de la supuesta agresión. A la hija la forzaron a hacer lo que ellos querían. Pero no contaban con que ella se iba a quebrar iba e contar toda la verdad. El padre recuperó la libertad y tuvo su hija a su cargo por decisión del juez, y la madre junto con su amante, terminaron en prisión.
_ Imagino que usted tuvo cierta injerencia en quebrar la voluntad de la chica para que revelara toda la verdad sobre lo sucedido.
_ Supe desde el primer momento en que la vi que ocultaba algo. Como ve, no fue difícil desentrañar la trama de fondo.
_ Algún caso fácil le tenía que tocar.
_ El siguiente es el más controvertido y fascinante de esta serie de pequeños casos que pretendo compartirle. Humildemente, lo bauticé Un robo perfecto.
Y sonrió ambiguamente.
Un robo perfecto.
_ ¿En qué consistió el caso? Desconocía que hubiera participado en la investigación de un hecho similar.
_ Fue el primer caso de robo del que participé oficialmente. Fue en el Museo de Bellas Artes de Recoleta. Había desaparecido una pintura de Giovanni Bastinianni valuada en 12 millones de dólares de una manera extraña.
_ ¿A qué le llama extraña, Dortmund?
_ A la vista de todo el mundo. El o los ladrones habían sustituido el cuadro verdadero por uno falso. Pero lo más sorprendente del caso fue que en la escena se encontraron tres elementos distintos pertenecientes a tres personas diferentes.
_ Tres sospechosos.
_ Pudieron haber sido los tres, naturalmente.
_ Conociéndolo como lo conozco, dudo solemnemente que hubiera contemplado esa posibilidad.
_ Me conoce usted perfectamente, Doctor. Por lógica y simple deducción, suponía que las evidencias fueron plantadas por el verdadero ladrón para engañarnos. Y si ese era el caso, el ladrón era alguien de adentro mismo del museo, porque los tres elementos hallados pertenecían a tres empleados del lugar.
_ Por la facilidad con la que se concretó el robo, se puede deducir hábilmente que fue un trabajo interno. Y muy bien planificado.
_ Y sin embargo, ese no fue el caso. Sólo una de esas tres pruebas fue plantada con la intención de salvar a su dueño de toda posibilidad de culpa y cargo.
_ Créame que no lo llego a comprender del todo, inspector.
_ Seré más claro. El tesorero del museo, el señor Anselmo Ferrante, encontró en la escena, después de certificado el robo del cuadro de Bastinianni y su posterior sustitución, un aro que pertenecía a su esposa, la señora Sonia Bernabé. Supuso enseguida, supongo que impulsado por un sentimiento genuino y meritorio de las circunstancias en cuestión, que ella tuvo que ver con el robo. Así que, para protegerla, retiró el aro de su esposa y lo reemplazó por un pañuelo de un empleado de seguridad al que el señor Ferrante detestaba.
_ ¿Cómo tenía el señor Ferrante en su poder un pañuelo de un empleado de seguridad del museo de Bellas Artes?
_ Se lo sustrajo en un momento de descuido, según su declaración. Pero no ese día, porque aquel no fue a trabajar. Se lo sacó con antelación. Eso implica premeditación.
_ El señor Anselmo Ferrante se convirtió en el principal sospechoso entonces, Dortmund.
_ ¿Qué piensa hasta ahora, querido Doctor?
_ Que el señor Ferrante y su esposa, la señora Sonia Bernabé, son los responsables del robo. Cuando cometieron el hecho, ella no se percató que perdió un aro. Y él salió a buscarlo inmediatamente porque ambos temieron que lo pudiera haber perdido en la escena. Y así fue. Creo que no tiene mucha intriga este caso.
_ Su deducción es incorrecta.
Miré a Dortmund perplejo.
_ ¿En qué se basa para desestimar mi hipótesis, Dortmund?_ le pregunté resignado.
_ En el hecho de que el señor Ferrante cambió el aro que había perdido su esposa por el pañuelo al momento en que lo descubrió. Si tanto la señora Bernabé como el señor Ferrante hubiesen sido los genuinos autores del robo, hubieran plantado el pañuelo del empleado de seguridad al momento de cometer el hecho y no posteriormente por precaución. Por ende, el pañuelo fue sustraído con otros fines.
_ Plantaron los otros dos objetos. Pero no contaban con el percance de la señora Sonia Bernabé. Después de todo, los favoreció porque pudieron incluir a un tercer sospechoso a la lista.
_ Es sensato su razonamiento, Doctor. Lo admito. Pero el problema se presenta en que ambos tenían una sólida coartada para el momento del incidente.
_ Créame que estoy más desorientado que al comienzo. ¿Si ambos tenían una coartada para el momento del robo de la pintura de Giovanni Bastinianni, por qué el señor Ferrante supuso que su esposa pudiera estar involucrada en el hecho?
_ Porque él no sabía dónde estaba ella al momento que pasó todo, como tampoco ella lo sabía de él. Actuó por puro instinto protector de un hombre que verdaderamente ama a su esposa.
_ Vayamos a los otros objetivos hallados en la escena para evitar volverme loco. ¿Qué eran y a quiénes pertenecían?
_ Uno era un reloj de pulsera que pertenecía a la señorita Sara Garman, empleada administrativa del museo. Y el otro, una billetera que era del señor Julio Olivares, el director de la institución. Déjeme preguntarle algo, Doctor. Si tuviera que descartar a alguno de los dos como sospechoso. ¿A quién descartaría y por qué?
Respondí sin vacilar.
_ Al señor Olivares, sin duda alguna. Como es el director del museo, es lógico que recorra todos los sectores exhaustivamente. Por ende, no estimo inoportuno que su billetera se haya encontrado donde se halló.
_ ¿Casualidad o causalidad?
_ A juzgar por los indicios y las circunstancias, diría que casualidad. La pudo haber extraviado en cualquier otro momento y en cualquier otro lugar.
_ Y si se vale de su rol como director del museo para operar impunemente en todos los aspectos que se le ocurran, entonces diríamos que se trata de causalidad. Después de todo, ¿quién sospecharía del director de una prestigiosa institución nacional de arte?
El razonamiento de Dortmund era correcto. Y me dio rabia que no se me haya ocurrido a mí.
_ Pasemos a la señorita Garman_ dijo mi amigo, al cabo de unos minutos._ ¿Qué opinión le merece?
_ Pudo haber sido tan culpable como los otros_ repuse._ ¿Qué hacía su reloj de pulsera justo en la escena de un robo? Ella era administrativa. No tenía porque estar en esa zona del museo. Su lugar de trabajo era otro.
_ Y no obstante, lo pudieron haber plantado de igual forma que el señor Ferrante admitió haber plantado el pañuelo del empleado de seguridad.
_ Si vamos al caso, Dortmund, la misma lógica la podríamos aplicar al señor Olivares.
_ ¿Entonces, Doctor? ¿En qué posición nos dejan estas especulaciones sin más pruebas objetivas en las que basarnos? Porque todos tenían una sólida coartada al momento del hecho.
_ Eso es precisamente lo que yo me pregunto. Volvemos al principio.
_ Pero si tuviera que arriesgarse por uno de ellos tres como potencial responsable del robo de la obra de Giovanni Bastinianni, ¿cuál sería su veredicto?
_ Diría que fueron todos. Y que armaron un gran montaje para que la responsabilidad no recayera en ninguno en particular.
_ Bien pensado. Ahora puede afirmarlo porque conoce los pormenores del caso.
_ ¿Fue así como ocurrió todo?
_ No. Nada de eso sucedió. Ni siquiera el robo.
Miré al inspector boquiabierto.
_ ¿Cómo es eso que ni siquiera el robo existió?_ le pregunté entre estupefacto y ofuscado.
_ La verdadera ladrona iba a ser Adriana Díaz, empleada administrativa que trabaja junto a la señorita Sara Garman. Fue ella quien me avisó del plan que estaba urdiendo la señorita Díaz para robar el cuadro. Así que pensé que si le hacía creer que el cuadro ya había sido robado, podría disuadirla de no robarlo.
Reaccioné repentinamente como alguien que se despierta agitado en medio de la noche.
_ Le hizo creer que el cuadro de Bastinianni que estaba en exhibición era falso, cuando en realidad siempre se trató del original.
_ Exactamente, Doctor. Y ahí confirmé que la señorita Adriana Díaz no tenía conocimientos de arte, porque de lo contrario…
_ Hubiera advertido que usted estaba tratando de engañarla.
_ Muy bien, Doctor. Simplemente fue cuestión de plantar evidencia espuria y armar una historia en torno a eso para darle solidez a la trampa. Y funcionó. De hecho, hasta usted mismo quedó desorientado cuando le expuse los hechos. Imagínese ella.
_ Pero supongo que usted tuvo que hacer algún sacrificio extra para reforzar la idea…
_ Acertó. Tenía que reforzarle la idea psicológicamente. Así que, me vi obligado a salir con ella temporalmente. Café, cine, caminatas juntos…
Y se sonrojó.
_ Qué pena que tuvo que dejarla después. ¡Es usted un pésimo amante, Dortmund!
Y estallé en carcajadas.
_ Mejor pasemos al siguiente caso que quiero compartirle.
_ Lo escucho atentamente.
Me esforzaba por evitar la risa.
Quiropraxia.
_ Es un caso interesante, que lo va a cautivar tanto como a mí_ dijo mi amigo con denotada vehemencia.
_ No tengo dudas al respecto _ repetí con satisfacción.
_ Un accidente automovilístico en la ruta nacional 141, que une San Juan con La Rioja, despertó mi curiosidad casi al instante. Y es raro que eso ocurra, porque usted sabe mejor que nadie, que ese es un terreno ajeno para mí. Nunca fui apego a casos de esta naturaleza. Pero tuve una intuición muy fuerte y decidí seguirla a cómo de lugar.
_ ¿De qué lado fue el accidente, exactamente?
_ A la altura de Marayes, en la provincia de San Juan. Una mujer de unos 36 años aproximadamente, identificada como Luisa Fernanda Marelo, se precipitó al vacío con su Dodge Crew Cab en circunstancias que había que esclarecer. La camioneta derrapó en el pavimento, perdió el control y cayó por un acantilado hasta que se estrelló ferozmente. La Policía supuso que se había mareado, que se quedó dormida por una fracción de segundos o algo similar, y que eso pudo ser el desencadenante de la tragedia.
_ ¿Y un suicidio, Dortmund?
_ Bien pensado, Doctor. Es una posibilidad que contemplé. Porque en un primer momento, todo era válido. Aunque claro, su familia no creía en esa hipótesis. Les costaba aceptar lo sucedido, pero se inclinaban a creer en el accidente. No suponían que hubiera ocurrido otra cosa. Un simple y desafortunado accidente, como los que suelen ocurrir a diario. Hasta que no estuvieran los resultados preliminares de la autopsia, toda suposición era aceptable. Mientras, se investigó a fondo a la víctima. Nada extraño. La señorita Marelo era una mujer sin conflictos, soltera, sin hijos y con una familia que la adoraba. Todo en su vida estaba en orden, incluso su salud. Clínicamente, estaba perfecta. Y no tomaba ninguna clase de medicación. ¿Por qué entonces suponer que se quedó dormida o se mareó?
_ Quizá tomó algún medicamento por alguna molestia ocasional, eso afectó sus reflejos y derivó en tragedia.
_ Es interesante que lo plantee porque la autopsia reveló todo lo contrario.
_ ¿Y si se le cruzó alguien en el camino o no lo vio, y por esquivarlo, se accidentó? ¿O simplemente manejó sin dormir?
_ Factible, aunque endeble desde mi punto de vista. El accidente ocurrió alrededor de las 2 de la madrugada y a esa hora la ruta por lo regular está desierta. Y las condiciones climáticas eran óptimas. Por otra parte, el asfalto no presentaba imperfecciones de ninguna clase. Y ella era muy responsable a la hora de manejar.
_ ¿Entonces?
_ Ese es el punto. Saber qué ocurrió en verdad. Y la médica forense, la dra. Elba Della Roca, me proporcionó una respuesta interesante. La causa de muerte fue fractura de cuello a raíz del impacto producto del accidente. Sin embargo, la dra. Della Roca estaba convencida que el tipo de fractura que presentaba el cuerpo de la señorita Luisa Fernanda Marelo no era compatible con un accidente de tales proporciones.
Me quedé azorado.
_ No tardé en verificar _continuó explicando Sean Dortmund_ que la señorita Marelo había visitado recientemente a un quiropráctico para que le corrigiera una dolor permanente que sufría en el cuello.
_ El quiropráctico aplicó una fuerza excesiva sobre el cuello de la víctima, le dislocó las cervicales y eso le ocasionó el mareo que derivó en el accidente.
_ Es sensato su razonamiento, Doctor. Pero presenta dos inconsistencias fundamentales: una, que la muerte fue instantánea. Es decir, la señorita Luisa Fernanda Marelo falleció al momento del accidente. Y la otra, que el tipo de fractura que presentaba seguía siendo incompatible con el impacto en sí. Por ende, ahí había sucedido otra cosa.
_ ¿La mató el quiropráctico involuntariamente?
_ ¡Exacto! Y cubrió su error simulando un accidente automovilístico para no perder su matrícula profesional.
_ Un accidente para encubrir otro accidente.
El inspector asintió levemente con la cabeza.
_ Eso sí que es nuevo_ afirmé.
_ Aún así, la forense no estaba del todo convencida.
Sorprendí a mi amigo con una mirada inquietante.
_ ¿Qué quiere decir?_ le pregunté pausadamente y con cierto resabio.
_ Efectivamente_ dijo el inspector _ la rotura de las vértebras cervicales se produjo por manipulación excesiva en la técnica aplicada por el quiropráctico, que por razones evidentes, me reservo de revelar su nombre. Sin embargo, la fuerza aplicada fue tal que resultaba muy difícil creer que realmente se trató de un accidente. La dra. Della Roca instaló esa duda en mí mente y me instó a investigar más a fondo el caso. Y no tardé demasiado en descubrir la verdad. Entre las pertenencias del quiropráctico, encontré una misiva por demás interesante escrita de puño y letra por la señorita Marelo. Su contenido resultó definitivamente esclarecedor: "Si no es en esta vida, quizás sea en otra". Él estaba perdidamente enamorado de ella, pero ella no le correspondía a él. Cansada de las permanentes insistencias por parte del quiropráctico, la señorita Luisa Fernanda Marelo decide dejarle bien en claro las cosas por escrito. Y como él no estaba dispuesto a tolerar un no como respuesta, la asesinó. Y para cubrir el crimen, y por la manera en que lo había cometido, recurrió a un accidente automovilístico como pantalla. 2 de la madrugada, sin testigos… Fue perfecto. Bueno, casi perfecto porque finalmente la verdad afloró. Cuando lo acorralé con la evidencia en la mano, se quebró y confesó todo. No se trató nunca de un accidente para encubrir otro. Sino, de un accidente para encubrir un asesinato.
_ Un caso típico de "si no es conmigo, entonces no será con nadie".
_ Absolutamente, Doctor. La familia de la víctima quedó en deuda conmigo. Estaba muy agradecida por haber llegado al fondo del asunto.
_ Si el quiropráctico estaba enamorado de la señorita Marelo, la debía conocer desde hacía algunos meses.
_ Es posible. En lo que a mí respecta, mi relato concluye en este punto.
_ ¿No hubo más casos?
_ Se los relataré de manera muy breve y concisa ya que los pormenores no ameritan un desarrollo exhaustivo de los eventos en cuestión.
_ Usted dirá, Dortmund.
Otros casos.
_ Son cuatro_ anunció el inspector._ El primero de ellos se trató de un asesinato ocurrido en Chascomús. La víctima era un hombre de unos 42 años, de nombre Renzo Masid, hallado por un pescador en el puerto. Lo mataron con un revólver calibre 386 y el asesino dejó junto al cuerpo una nota con unos números que no tenían sentido. Me involucré discretamente en la investigación y resolví el caso enseguida. El asesino fue su socio, el señor Silvio Rearte. Ambos eran accionistas en partes iguales de una fábrica de textiles. Pero cuando las cosas en la empresa empezaron a ir mal, el señor Masid quiso abrirse, retirar sus acciones y dejarle todos los problemas al señor Rearte.
_ Él no iba a permitirlo y por eso lo mató _ deduje hábilmente.
_ Así es, Doctor. El papel con los números plantado en la escena fue sólo una distracción para desviar la investigación. El señor Rearte, pese a mantener firmemente su inocencia, fue condenado a 20 años en prisión. Y no obstante, a la semana de la sentencia y con el señor Rearte en custodia, ocurrió otro homicidio exactamente igual.
_ Ahora sí se puso interesante.
_ En las mismas condiciones y en el mismo lugar donde apareció el cuerpo del señor Masid, con la diferencia que la víctima fue en ese caso Loana Morán, una joven abogada de 28 años. También se halló el mismo papel con los mismos números. Pero el detalle residía en la tipografía. En ambos casos, el estilo era completamente diferente, lo que significaba que había otra persona involucrada en el caso.
_ ¿El señor Rearte tenía un socio?
_ Exactamente. El señor Silvio Rearte asesinó al señor Masid por los motivos antes expuestos, pero para generarse una coartada, le pidió a alguien muy cercano a él, que cometiera un crimen idéntico para liberarlo a él de toda sospecha. Y ese fue su error.
_ ¿Quién fue esa otra persona, inspector?
_ Su hijo mayor, el señor Patricio Rearte. Confesó todo. A él le dieron 18 años y al señor Silvio le aumentaron la pena 5 años.
_ Un caso sencillo.
_ Este otro también lo es. Un chico de 10 años fue secuestrado de la escuela a la que asistía. Era una institución católica en la Capital Federal. Una mujer se hizo pasar por familiar de la criatura y se lo llevó bajo pretextos de que su madre había sufrido un grave accidente. El chico no la conocía. Pero no quiso desobedecer a la monja y accedió a irse con esa mujer. Desobedecer a una autoridad religiosa puede traer serias consecuencias. Cuando la madre supo lo ocurrido, hizo la denuncia y la Policía se puso a trabajar enseguida. La monja en cuestión, arrepentida y llena de culpa y angustia por lo ocurrido, hizo una descripción minuciosa y detallada de los hechos y del vehículo en el que se llevaron al chico. Lo rastrearon. Pero resultó ser alquilado. Y por supuesto, lo alquilaron bajo un nombre falso. Se investigó a la familia del chico a fondo y no apareció nada extraño. La familia pagó el rescate pero el niño seguía sin aparecer. Entonces, fue cuando intervine y lo resolví en un abrir y cerrar de ojos.
_ ¿Cómo hizo?
_ Si la mujer que raptó al niño del colegio bajo engaños conocía su nombre y a la escuela a la que asistía, había dos opciones: o el culpable era alguien de la familia, que lo secuestró por motivos ajenos a lo económico.
_ Tiene sentido _ admití.
_ O era alguien mismo del colegio. Y como la familia estaba limpia…
_ ¿Lo secuestró una monja, Dortmund?
_ La directora del instituto, la madre superiora Esther Ayola. Hacía 10 años atrás al secuestro, precisamente, la hija de la señora Esther Ayola tuvo un hijo, que la clínica entregó por error a otra familia y nunca pudieron encontrar.
_ ¿La madre superiora era madre, vale la redundancia?
_ Antes de tomar los hábitos, sí. Y creía que el chico en cuestión era el hijo perdido de su hija, vale decir, su nieto. Lo tenía escondido en un aula vacía, muy bien cuidado. Todo el personal del colegio fue eventualmente imputado e investigado, y la institución cerrada por orden del juez a cargo de la causa. Y cuando todo parecía haber concluido, el caso dio un giro inesperado.
Abrí los ojos enormemente.
_ La señora Esther Ayola_ continuó Sean Dortmund_ tenía un tumor en el cerebro, que le producía trastornos de la personalidad y alucinaciones. La historia del nieto desaparecido fue producto de su enfermedad.
_ Pobre mujer. Me compadezco de ella.
_ Lo mismo el juez, que decidió exonerarla para que recibiera el tratamiento adecuado. Murió a los dos meses.
_ ¿Y la mujer que se llevó al chico del colegio?
_ Eso nunca se pudo resolver. Jamás apareció. Y la señora Esther Ayola falleció antes de tiempo. En las condiciones en las que estaba, no era pertinente interrogarla al respecto. Pero seguramente lo planeó ella. Las personas con tumores cerebrales raras veces manifiestan una lucidez excepcional.
_ Me hubiera gustado haber participado de este caso en concreto.
_ Si hubiera venido antes como le sugerí que lo hiciera, Doctor…
_ Es escalofriante igualmente el daño que pueden producir ciertas enfermedades.
_ Por eso mismo es importante un diagnóstico temprano. Un tratamiento adecuado puede soslayar diversos problemas a futuro.
_ Totalmente de acuerdo con usted, inspector.
_ El siguiente caso se trata de otra desaparición. Una mujer, Lucía Barragán, desapareció el mismo día que su marido, el señor Alfonso Duarte, hacía 12 años antes. Él era una persona abusiva, que la maltrataba a ella y a sus hijos por igual. No trabajaba porque tenía una discapacidad y cobraba una pensión por invalidez, que la despilfarraba en vicios. La señora Barragán era el sostén de la familia. De la nada, el señor Duarte desapareció. Se fue. Y la familia estuvo tranquila hasta que ella también desapareció. Los hijos se preocuparon enormemente. La Policía, mientras, barajaba la posibilidad de que el señor Alfonso Duarte hubiera regresado después de 12 años y se la hubiera llevado a la fuerza. La fecha de ambas desapariciones no era ninguna casualidad. Manejaron esa teoría hasta que hallaron una carta de la agencia de Seguridad Social, reclamando su presencia inmediata en la delegación de su domicilio. La señora Lucía Barragán seguía cobrando la pensión de su marido después que este se hubiera marchado. La cobró durante 12 años. El dinero era enviado a su domicilio en un cheque al portador. Por lo tanto, ella podía cobrarlo sin problema alguno.
_ Y atemorizada porque descubrieran el fraude, tomó sus cosas y se marchó.
_ Esa fue la otra teoría que se manejó, en efecto. Pero resultó ser que la agencia de Seguridad Social no envió nunca esa carta de advertencia. Y además, no estaba enterada del fraude. En ese mismo instante, suspendieron el beneficio. Pero entonces, alguien que sabía del engaño le envió una carta falsa a la señora Lucía Barragán con algún propósito determinado. El señor Alfonso Duarte seguía siendo el principal sospechoso. Por orden del juez, se procedió a congelar todas las cuentas de la señora Barragán. Y pasó algo esperado y a la vez, indeseado. Ella se comunicó telefónicamente con el banco preguntando por qué se habían congelado sus ingresos.
_ Eso significaba que aún estaba viva y que huyó para no ser atrapada.
_ Pero hubo otra persona que llamó al banco por idéntica razón: la señorita Mariana Duarte, su hija. Ella y su madre tenían la cuenta bancaria mancomunada y la señorita Mariana extraía dinero a espaldas de la señora Lucía Barragán. E incluso a espaldas de sus otros dos hermanos. Así que, cabía preguntarse en este punto si quien había llamado al banco había sido realmente la señora Barragán o fue la señorita Mariana Duarte, haciéndose pasar por su madre. En definitiva, se investigó al señor Duarte pero nunca se pudo dar con su paradero. A los hijos nunca se les encontró nada extraño, excepto a la señorita Mariana, que fue procesada por fraude. El caso estaba en foja cero. Al año, la señora Lucía Barragán apareció. Se presentó por su cuenta en el Juzgado. Pero nunca pudo explicar lo que le ocurrió. Se negaba a hablar. Decía que estaba todo bien. Pero era notorio que le había sucedido algo terrible. Y al no poder relacionar ni a los hijos ni a nadie de su entorno con su desaparición, el caso se cerró. El señor Duarte, al día de hoy, sigue desaparecido. Y la señora Lucía Barragán rehizo su vida de a poco.
_ Un caso muy impactante, Dortmund. ¿Qué cree que realmente sucedió?
_ Pudo haber sido víctima de trata, sin duda alguna. Logró escapar y por temor a que la encontraran y la mataran, decidió hacer silencio. Pero la verdad de lo que le pasó la tiene solamente la propia señora Barragán y hasta tanto ella no decida romper el silencio, lo que le pasó durante el año que permaneció desaparecida seguirá siendo una incógnita para todos.
_ ¿Probaron con psicólogos y otros especialistas?
_ Sí. Pero nada resultó. En fin. Y el cuarto caso fue en el hospital de Vicente López. Un paciente que tenía un pulmotor conectado estaba muerto hacía un buen rato. Aunque el paciente fallezca y no respire, el pulmotor sigue funcionando y en apariencia, la persona conectada a él está aún con vida. Los únicos que conocen este secreto son los médicos. Resultaba una coartada perfecta para el asesino. Fue un enfermero de quirófano que equivocó su historia clínica con la de otro paciente y le dio a este una dosis altamente elevada de potasio, que lo mató en segundos. Fue un accidente producto de su negligencia profesional. Y para cubrir el error, lo conectó al pulmotor. Eso le daría tiempo para pensar qué hacer y a la vez, generarse una coartada sólida.
_ Pero usted fue hábil para descubrirlo.
_ Así es_ y consultó su reloj de pulsera._ Ya es tarde, Doctor. Es hora de irnos a dormir. Mañana nos espera un día agobiante.
_ ¿No hubo más casos, Dortmund?
_ Se los he reseñado todos. No hubo más. En el medio, resolví el caso del asesino del ferrocarril, en el que tuve el placer de conocer a nuestro querido capitán Riestra, y luego llegó usted aquí a Buenos Aires.
Amagó con levantarse, pero mi voz se lo impidió.
_ Una última cuestión, Dortmund_ aduje.
_ Usted dirá _ replicó mi amigo.
_ ¿Cómo hizo para involucrarse en todos estos casos aún sin tener contactos y siendo un perfecto desconocido? Recuerdo que el caso del financista extraviado lo resolvimos en idénticas circunstancias.
_ Secreto profesional, querido Doctor. Secreto profesional.
Se levantó de su sillón, me deseó las buenas noches y se retiró a su dormitorio. Me dejó con la inquietud y la palabra en la boca.