un Cuento Policial de
Zas Gabriel Marcelo
_ Seguramente, dispone de varios casos interesantes que resolvió sin mi intervención_ le dije a Dortmund, mientras compartíamos una cena en su departamento una noche de julio de 1989.
_ He resuelto varios, sí, pero el término interesante propiamente dicho alude a una cualidad subjetiva añadida por el interlocutor que la recibe_ me respondió mi amigo con aire intelectual y algo sosegado._ Lo que resulta interesante para mí quizás no lo sea para usted y viceversa.
_ Todos sus casos son interesantes, sin importar lo que crea yo, el capitán Riestra o cualquier otra persona.
_ Me adula usted, doctor, más de lo que creo merecer por propio mérito. Pero si quiere, puedo reseñarle un caso breve que, si bien fue sencillo, cerró una historia que permanecía abierta desde 1957.
_ Soy todo oídos.
_ ¿Le hablé sobre el caso Siloci, el hombre que fingió un asesinato cuando su esposa se suicidó en la Mesopotamia, sólo porque la amaba más de lo que él creía capaz?
_ ¿Que tenía una amante y su esposa los siguió, ella lo confrontó a su marido y se desató la tragedia? Sí, me lo ha comentado. Usted abordó una solución de la que aún duda. El asunto no lo dejó dormir por varias noches.
_ Y aún me deja intranquilo y lo sigo investigando. Su solución no me deja satisfecho y eso me genera mucha impotencia conmigo mismo. Si dejé libre a una asesina, eso es algo que jamás me perdonaré y con lo que no podré vivir. Por eso sigo escarbando y no pienso descansar hasta cerciorarme de que hice las cosas bien. Pero unas semanas después, surgió este otro caso y de cierto modo, me redimí conmigo mismo aunque no es para nada suficiente.
_ Estoy impaciente por oírlo.
_ ¿Alguna vez escuchó hablar sobre el caso de la desaparición de Nuria Quevedo, doctor?
_ Me temo que no, Dortmund.
_ No es gran cosa lo que se logró esclarecer sobre el mismo y los pormenores son muy sintéticos pero con particularidades muy específicas cada uno de ellos. Nuria Quevedo era una abogada muy reconocida por defender a grandes personalidades políticas en diversos litigios judiciales entre 1953 y 1957, años muy agitados y difíciles para el país. El día de su desaparición, el 15 de junio de 1957, era el día anterior a una audiencia de divorcio en la que una de las partes se presume era un familiar directo de Juan Perón, que por razones obvias, su verdadera identidad nunca trascendió. Se reunió con él y la otra parte involucrada en su casa de San Andrés de Giles y según datos que surgieron de la investigación misma, se fue de ahí a las 18:30 rumbo a su casa de Capital Federal, en donde ella vivía. Tenía una vivienda propia que había adquirido hacía poco por avenida Alem, muy cerca de la plaza de Mayo. Testigos afirmaron que el día de su desaparición, la señora Nuria Quevedo tomó el ferrocarril Urquiza en la estación Giles hasta Chacarita. Y desde allí, el colectivo 218 que la dejaba a media cuadra de su casa. Pero parece ser que cuando se bajó del tren, su pareja, una tal Ludovico Albornoz, de quien casualmente se había separado hacía poco; la estaba esperando en el andén de la estación Lacroze. Él la confrontó y discutieron fuertemente por un buen rato hasta que ella abandonó la discusión y al señor Albornoz no le quedó más remedio que dejarla ir. Fue lo último que se supo de ella. Desapareció misteriosamente sin dejar rastros. El señor Albornoz declaró varias veces y en todas las declaraciones sostuvo lo mismo: que después de que dejara a Nuria Quevedo, él se tomó el bus 108 hasta su casa en Liniers y no volvió a contactar a la señorita Quevedo. Se enteró de su desaparición al día siguiente por los diarios. Cuando el fiscal de la causa le preguntó sobre el motivo de su separación, le dijo que la causa respondía a una diferencia de opiniones. Nunca lo pudieron detener porque no había evidencia en su contra que lo vinculara con la desaparición de Nuria Quevedo. En resumen, la Justicia hizo dos años exhaustivos de investigaciones inacabables sin obtener resultados favorables y se decidió por ende cerrar el caso. Ella nunca apareció. Se examinó inclusive la posibilidad de que su desaparición estuviera relacionada con alguno de sus casos judiciales o con alguno de sus clientes, pero tampoco se pudo sacar nada en limpio por ése lado. No hubo novedades del caso hasta que hace un poco más de un año, el capitán Riestra encontró entre las evidencias por mera casualidad durante una investigación en curso por asesinato, una blusa que perteneció nada más y nada menos que a Nuria Quevedo. Y se recuperó de entre las fibras de la prenda una muestra de cabello que se certificó indiscutiblemente que pertenecía a la señorita Quevedo. La prenda fue comprada en una feria americana pero nadie pudo explicar cómo llegó hasta ahí. Fue cuando el capitán Riestra decidió venir a consultarme. Lo primero que hice fue localizar al señor Albornoz para interrogarlo e interiorizarme más sobre el caso y su relación entre él y la señorita Quevedo. Pero no fui muy afortunado en ése sentido porque Ludovico Albornoz estaba internado por un cuadro de neumonía agravado y los médicos le prohibieron tajantemente recibir visitas. Pero pude convencer a una de sus enfermeras para que me dejara al menos dos minutos a solas con él. Y eso fue algo muy fructífero. Le costaba enormemente hablar y tenía serias dificultades para respirar. Pero llegó a confesarme que conservaba un mechón de cabello de Nuria Quevedo, que ella se lo cortó para él cuando empezaron a salir como una muestra de fidelidad y me dijo en qué rincón exacto de su casa lo conservaba. Lo último que me hizo saber fue que nunca habló de eso porque sabía que podía darle un argumento muy sólido a la Policía para arrestarlo y acusarlo. Pero quería morir con la conciencia tranquila. Dicho y hecho, después de su revelación, falleció. Lo puse al corriente al capitán Riestra sobre estos nuevos datos y consiguió una orden judicial para registrar el domicilio del señor Ludovico Albornoz. Revisamos toda la morada en profundidad y el mechón estaba ahí, en el lugar preciso en donde el señor Albornoz me indicó con su último aliento. Ambas muestras, la presente y la recabada de la blusa, fueron cotejadas una con otra y analizadas por separado. Concluyentemente, se determinó que el cabello era de la señorita Nuria Quevedo y que el mechón que el señor Albornoz tenía en su poder conservaba restos de arsénico, y eso se pudo afirmar por las pruebas de radiación que se practicaron sobre ambas muestras. Eso lo excluía de entre los sospechosos porque el envenenamiento por arsénico requiere suministro constante y los estudios forenses ratificaron que la señorita Quevedo tenía en su organismo tres veces más de arsénico de lo permitido, y que le fue administrado por al menos quince días seguidos. Estar al lado de la víctima para envenenarla con arsénico es condición necesaria para emplear este mecanismo de muerte, lo que el señor Albornoz claramente no cumplía si estaban recientemente separados. Más, por el hecho de que el asesino se vio durante dos semanas consecutivas con la señorita Quevedo como indicaban los resultados. No, definitivamente el señor Albornoz no pudo haberlo hecho. De estos datos, se desprendían que ella fue asesinada posterior a su separación con él. Claro que fue algo inteligente de su parte ocultar ésa prueba a la Policía porque si no, estoy convencido, lo hubieran acusado por el asesinato de Nuria Quevedo injustamente.
Era claro entonces que el asesino supo esconder muy bien el cuerpo para que jamás fuese encontrado. Y esto ponía entre los sospechosos a sus más poderosos clientes de la esfera política. ¿Quién mejor que ellos puede tener recursos para hacer desaparecer un cuerpo por completo? Volví entonces sobre el último caso que Nuria Quevedo estaba investigando antes de su desaparición. Fue a casa de su cliente durante dos semanas consecutivas y según los testimonios a los que tuve acceso, solamente una persona estuvo siempre y permaneció fielmente a su lado durante ése período de tiempo: Jorge Meraglia, esposo de su cliente, la señora Agustina Esteche. Ella era su defendida, verdaderamente. Recuerde, doctor, que le dije al comienzo del relato que el nombre real del principal afectado en el pleito nupcial nunca se dio a conocer, por lo que estos nombres que manejo son puramente ficticios y fueron designados por el juez de Instrucción que entendió en la causa original.
En consecuencia a esto que concisamente le diserté, esta es mi transitoria reconstrucción de los hechos. Por lo que averigüé, el señor Jorge Meraglia tenía un elevado cargo político en el Congreso de la Nación y estaba en carrera política para postularse como candidato a presidente. Pero Meraglia era un mujeriego hecho y derecho, doctor. Tuvo aventuras con más de treinta mujeres durante varios años en los que estuvo casado. Pensó que su esposa nunca lo iba a descubrir, pero se equivocó y ella le pidió inexorablemente el divorcio. Trató de convencerla de hacer borrón y cuenta nueva, pero ella se rehusó a aceptar eso y contrató a la señorita Quevedo como su abogada. Era implacable en lo que hacía, una trayectoria intachable. Según pude deducir de los hechos mismos, el señor Jorge Meraglia intentó sobornar varias veces a su esposa, Agustina Esteche, para que no impulsase ninguna acción judicial en su contra, porque quería evitar el escándalo; porque algo así, sin dudas, perjudicaría su carrera electoral seriamente. Como no logró corromper a su esposa, quiso corromper a su abogada. Pero como no pudo con ella tampoco, decidió proteger su honor y su reputación envenenando a la única persona que podía realmente arruinarlo: Nuria Quevedo. Fingiendo todos los días interesarse por la causa y mostrarse dispuesto a llegar a un arreglo para que todo acabara en buenos términos, propuso su hogar como centro de reuniones para las partes. Si bien la señora Esteche desaprobó la idea desde un comienzo, la señorita Quevedo consideró que era una buena ocurrencia para intentar merecer un acuerdo y llegar a la primera audiencia con una postura ya definida, y la señora Agustina Esteche aceptó de buena fe. Pero ya ve que la verdadera intención de ésa tertulia era simplemente asesinar a la señora Quevedo. Con la abogada fuera de juego, el señor Meraglia podía disuadir a su esposa para que mantuviese el escándalo fuera del alcance del orden público.
Si ella no hubiera acatado la propuesta planteada por el señor Meraglia, quizás aún hoy viviría. Se supo después que, a raíz de la tragedia devenida, la señora Agustina Esteche y el señor Jorge Meraglia siguieron juntos y se fueron a vivir a París al año siguiente de las elecciones. Pero se les perdió el rastro a ambos y todo esto me hace considerar seriamente en la posibilidad de que la señora Esteche haya jugado un papel fundamental en todo este drama. Si Meraglia y Esteche se reconciliaron y querían desistir de instar la acción judicial pero la señorita Nuria Quevedo consideró todo lo contrario, no resultaría nada extraño que después de todo la señora Esteche haya fingido condescendencia para con su abogada y haya tomado parte activa de un plan ciertamente frío y calculador. Para que mi teoría encaje decisivamente en los hechos, hay que suponer que la señora Quevedo no quería redimirse de proseguir la acción judicial contra el señor Meraglia porque eso le significaría a ella grandes pérdidas de dinero, de tiempo y su reputación declinaría a su suerte en competencia con el resto. El matrimonio insiste en prescindir de la medida, pero Nuria Quevedo sostiene todo lo contrario, y hasta estoy convencido de que se reunió a solas con la señora Esteche para aclarar los términos y manifestarle en persona los argumentos que justificaren su determinación. Agustina Esteche finge comprensión pero la decisión ante su negativa ya estaba tomada y entonces se desató la tragedia. Si tan sólo la doctora Quevedo hubiera aceptado como buena abogada que era la rescisión de la demanda, su destino hubiera sido uno completamente diferente. La política mueve sentimientos y los sentimientos mueven al dinero. El círculo vicioso más peligroso que puede existir en tiempos modernos como los que corren.
_ ¿Pero, y el cuerpo? ¿Nunca lo encontraron?
_ Jamás, y a ésta altura, las posibilidades de hallarlo son absolutamente nulas. Pero el caso tuvo un cierre digno y eso basta. El secreto de dónde fue ocultado el cuerpo de Nuria Quevedo se fue con el señor Meraglia. Quizás si algún día logramos localizarlo, nos pueda concluir de decirnos toda la verdad del asunto para llenar los puntos que aún permanecen vacíos. En lo que a mí atañe, no tengo más nada que decir respecto más que expresar mi conformidad por los logros mayoritariamente obtenidos.