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El misterio de los anónimos
un Cuento Policial de
Zas Gabriel Marcelo
“Acostarse con la esposa de tu mejor amigo es un pecado imperdonable. Vas a pagar el precio por tus actos”, decía la misiva de índole anónima que el inspector Dortmund tenía entre sus manos. Analizó su contenido exhaustivamente, examinó el papel a contraluz y la escritura muy a consciencia. Suspiró con preocupación después de unos instantes y se dejó caer en su sillón, sumido en profundas reflexiones, mientras le devolvía la nota en mano al capitán Riestra.
_ ¿Qué opina entonces del asunto, Dortmund?_ quiso saber el capitán con mucho interés.
_ Es muy difícil emitir algún tipo de opinión por el momento_ respondió Dortmund pensativamente.
_ No me va a negar que resulta muy extraño todo.
_ Desde luego que lo es, capitán. La víctima recibe la carta en su propio domicilio, se angustia, se desespera, no sabe qué hacer. No puede hablar del asunto con nadie porque todo el drama saldría a la luz y se complicarían las cosas. Es un riesgo muy grande que la persona corre. Y no puede acudir con la Policía porque no la tomarían enserio.
_ Suponiendo que sea verdad.
_ ¿Acaso no lo es?
_ La víctima podría decir que esas acusaciones son absolutamente infundadas. Y que salieron de la imaginación de un loco.
_ Pero tarde o temprano, la verdad se sabría, y perdone que insista, eso complicaría demasiado el contexto. Y por otro lado, estoy en desacuerdo en quien hace esto sea un loco, capitán Riestra.
_ ¿En qué se basa para admitirlo, Dortmund?
_ En que todo esto parece meticulosamente planificado de antemano. Mandarle una carta a una persona cualquiera acusándola de algún pecado requiere planificación, estrategia y preparación previa. Y estas cualidades no son propias de un demente. ¿Quién recibió esta carta en concreto?
_ Sebastián Oberto. Investigamos la acusación de la carta y resultó ser verídica.
Dortmund lo miró con sobrada impertinencia.
_ ¿Y si es verdad, por qué debería suponer que lo fuese, capitán?_ lanzó el inspector con ironía.
_ Quería molestarlo un poco nada más. Pero sabía que lo deduciría de todas formas_ reconoció riestra, simpáticamente. Y prosiguió._ El señor Oberto se veía en secreto con Micaela Berrino, la esposa de Esteban Macero, su mejor amigo. Por supuesto, todo se descontroló cuando se enteraron de la infidelidad… Hubo distanciamientos, peleas, discusiones… En fin. De todo un poco.
_ ¿Y qué ocurrió con el señor Oberto, en definitiva?
_ Lo hallaron muerto en su casa de un disparo en la cabeza. El forense determinó que se trató de un suicidio. Y a juzgar por las circunstancias, tiene sentido, Dortmund. Alguien sabe de la relación ilícita que el señor Oberto mantenía con la señora Berrino y le manda esta carta amenazante al propio Sebastián Oberto. ¿Qué hacer? No puedo hablar con nadie porque todo estallaría. Solamente se lo cuenta a la propia Micaela Berrino, con quien termina la relación por temor, temor que ella también absorbe, porque piensa que quien está atrás de todo el asunto, puede contactarla a ella también. Pero el señor Oberto no puede lidiar con el tema. Está desesperado. No quiere que Esteban Macero se entere, aunque no sabe si fue él o no quien le mandó la misiva. Tampoco quiere perjudicar a Micaela Berrino si todo saliera a la luz. O si ella, para protegerse, dijese algo. ¿Y qué hace entonces el señor Oberto? Toma la decisión más sensata que se le ocurre y la única salida posible: el suicidio.
Dortmund lo escuchó con atención y anotó algunos puntos relevantes en su diminuta libreta personal. La guardó en el bolsillo de su saco y reflexionó unos segundos antes de responderle al capitán.
_ El suicidio no encaja en la historia_ expresó el inspector, abstraído_. El señor Oberto termina la aventura con la señorita Berrino, destruye la única prueba que lo relaciona con el hecho y asunto resuelto. Entonces, le pregunto, capitán Riestra. ¿Por qué se suicidó verdaderamente el señor Oberto? ¿Qué ocurrió en realidad?
_ Sinceramente, no sé. De lo que sí estoy seguro es de que si hacía de cuenta que no pasó nada, como usted acaba de sugerir, quien mandó la misiva podría ocasionar una tragedia aún mayor_ respondió el capitán Riestra, poco convencido de su propia teoría._ Y no quiso arriesgarse a que eso ocurriera.
_ Una postura aceptable, pero endeble. Y pese a ello, me confirmó una idea que venía moldeando en mi cabeza.
_ ¿Qué idea, inspector Dortmund?_ inquirió el capitán, intrigado.
_ Suponiendo que sea cierto que el señor Oberto no se deshizo del anónimo por temor a que el responsable tomara represalias más severas, sugeriría que el propio autor del anónimo tendría que cometer él mismo el asesinato.
_ ¿A dónde pretende llegar? No llego a comprenderlo.
_ Que el aparente suicidio del señor Oberto, fue sólo eso: una apariencia. Porque fue inducido a través de algún tipo de alucinógeno que el asesino filtró de alguna manera para que el señor Oberto lo ingiriera. Por su efecto, se crea en su cabeza la película que usted me planteó en su hipótesis, y se suicida porque se siente atormentado y no encuentra ningún otra solución posible a su problema. Un plan brillante.
Riestra se quedó enmudecido.
_ No sé qué decirle, inspector.
_ Dígame de dónde sacó el señor Oberto el arma con la que se quitó la vida_ espetó Sean Dortmund.
_ Era suya. Lo investigamos_ repuso el capitán._ Estaba en regla.
_ No hay dudas entonces de que el asesino conocía muy bien al señor Oberto y que lo tenía muy bien estudiado. Estimo que el forense no buscó rastros de ningún tipo de sustancia en el cuerpo del señor Oberto cuando realizó la autopsia.
_ No, porque no había necesidad de hacerlo. Pero su teoría cambia bastante las cosas.
_ ¿Interrogaron al señor Esteban Macero y a la señora Micaela Berrino?
_ Naturalmente. Como le dije antes, todo se desmoronó. El señor Macero discutió con la señora Berrino, ella le suplicó, él no la escuchó… Lo de siempre, en definitiva.
_ ¿Cómo estaba ella, capitán Riestra?
_ Dolida y asustada. Y él, enojado. Pero un enojo espontáneo devenido de la noticia.
_ Lo que implica que no sabía absolutamente nada de la aventura de su esposa con el señor Oberto. Lo que lo descarta como sospechoso.
_ Y a ella no la creo capaz de algo así.
_ No encaja con las circunstancias.
_ Bien. Vayamos a la segunda misiva y a la segunda muerte.
_ ¿Cuántas hay hasta el momento?
_ Tres. Pero si no nos apuramos, esto puede ser catastrófico.
_ Hablemos de camino a Uribelarrea entonces. No perdamos más tiempo.
II
Uribelarrea es un pequeño pueblo en las afueras de la provincia de Buenos Aires, perteneciente al partido de Cañuelas. No viven demasiadas personas y todo el mundo que ahí vive se conoce entre sí. Pero los tres asesinatos cometidos hasta ese momento sembraron la desconfianza entre todos sus habitantes. Pues era prácticamente imposible creer que entre ellos hubiera un asesino, que sacaba a relucir secretos muy vergonzosos de la gente. Todos tenían un muerto en el placard que esconder. La pregunta era quién sabía al respecto y qué lo motivaba a cometer los asesinatos. Hasta en un pueblo pequeño, las apariencias engañan y todos tienen algo que ocultar.
_ ¿Qué hay de la segunda muerte, capitán Riestra?_ indagó Dortmund, a bordo del tren que los llevaba a Uribelarrea. Riestra y él estaban sentados frente a frente en un vagón de primera clase.
_ La víctima es una mujer_ repuso Riestra, mientras extraía del interior de su saco el anónimo correspondiente._ Su nombre era Alicia Bermejo, 57 años, divorciada. La misiva que recibió expresa la siguiente acusación.
Desdobló el papel y leyó en voz alta.
“Usted maltrató a muchos chicos durante varios años. Y nadie hizo nada. La Justicia divina va a actuar y la va a castigar por todo el dolor que le causó a criaturas inocentes”.
_ A los pocos días_ siguió el capitán Riestra_ la encontraron ahorcada adentro de su casa. Su cuerpo colgaba de las astas del ventilador. Se subió a la cama, alcanzó el aparato, ató la cuerda y se colgó. Se hicieron las pruebas pertinentes. Físicamente es posible. El juez lo avaló y el caso se cerró.
_ Mientras quien envía esos anónimos sigue suelto y nadie lo busca.
_ Lamentablemente, es cierto, Dortmund. La gente muere como consecuencia de tales acusaciones. Pero nadie se encarga de averiguar quién es el responsable ni por qué lo hace.
_ Respecto de la acusación sobre la señora Bermejo, ¿a qué se refería el asesino?
_ Fue maestra jardinera durante toda su vida en salita de cuatro años en el Jardín nº3 de Roque Pérez, un pueblo aledaño a Uribelarrea. Siempre se sospechó que maltrataba a los chicos, física y psicológicamente. Pero jamás pudo comprobarse nada y siguió ejerciendo hasta hace dos años, cuando le ofrecieron la jubilación anticipada ante el incesante reclamo de muchos padres.
_ Interesante. Y más interesante aún, dos suicidios en poco tiempo en el mismo pueblo y en consecuencia de un mismo incentivo en común.
_ Los anónimos.
_ Exactamente.
_ Admito que ahora que lo menciona así, es muy poco probable dos suicidios en circunstancias casi idénticas, con pocas horas de diferencia entre ambos y en un mismo pueblo. Claramente, tanto Oberto como la señora Bermejo fueron asesinados, inducidos al suicidio para cubrir cualquier tipo de rastro. ¿Se le ocurre algo, Dortmund?
_ Este caso me recuerda al del Asesino del Ferrocarril, que finalmente pude cerrarlo. Y a su vez, me recuerda al de la señorita Pilao. Aquella joven dama que se suicidó inducida por su hermana con escopolamina como medio empleado para tales efectos.
_ No recordaba ese caso. ¿Cree que este asesino también emplee escopolamina para inducir al suicidio a sus víctimas?
_ Es probable. Pero comprobarlo será muy difícil, por no decir imposible, porque el veneno se metaboliza muy rápido, por lo que dura apenas unas horas en el organismo. El caso Pilao fue distinto porque encontré dicho veneno en poder de su hermana. Pero este caso que nos involucra es mucho más complejo y abarcativo que aquél.
_ No entiendo quién podría hacer algo así.
_ Usemos la lógica por un instante, capitán Riestra. En un pueblo chico, como es el caso de Uribelarrea, ¿quién puede conocer los secretos mejor guardados de las personas, aquéllos que nadie más conoce?
Pero Riestra se quedó en silencio, sin saber qué responder, mirando a Sean Dortmund impaciente y desorientado.
_ ¡Un cura!_ vociferó el inspector, fervientemente._ Un cura o un sacerdote saben todos de la gente porque se confiesa.
_ Ingenioso, Dortmund. ¡Ingenioso! ¿Y un psicólogo aplica también?
El inspector miró al capitán rebosante de admiración por la deducción que acababa de impartir.
_ ¡Muy bien, capitán Riestra! ¡Muy bien!
El capitán se sintió halagado como pocas veces.
_ Eso reduce mucho los posibles sospechosos_ comentó Riestra.
_ Eso es relativo, capitán_ lo desanimó Sean Dortmund._ Pero tenemos al menos una buena base para arrancar. A propósito de los anónimos, ¿qué conclusiones pudieron obtener de su análisis?
_ La máquina de escribir empleada es el modelo más vulgar y más vendido. Y el perito caligráfico no halló ninguna imperfección ni ningún rasgo distintivo que pudiera ayudarnos u orientarnos al respecto.
_ Bien. Hábleme de la tercera víctima, si es tan amable.
Riestra extrajo de su bolsillo la foto de la tercera víctima, adjunta al anónimo correspondiente.
_ Victoria Carabajal_ adujo el capitán._ Madre de dos chicos. Estaba casada hacía 16 años con Moisés Lorero, un agricultor muy conocido en el pueblo. Hablamos con él. Está desecho. La encontró muerta a la señorita Victoria hace dos noches atrás cuando volvía de buscar a los chicos de casa de su madre.
_ Suicidio_ intervino Sean Dortmund.
_ Curiosamente, no. Accidente doméstico. Se pegó la cabeza con el grifo del lavabo cuando salió de bañarse. Se resbaló, cayó mal y se pegó la cabeza de lleno en el grifo. El forense estimó que agonizó unos minutos y luego falleció.
_ Interesante… Sí, muy interesante, capitán Riestra. ¿Qué dice el anónimo que recibió?
_ El asesino la acusa de haberle robado un fideicomiso millonario a su esposo, el señor Lorero. El robo existió pero el señor Moisés Lorero nunca sospechó de su esposa. Radicó la denuncia pero el caso nunca se resolvió.
_ Muy bien, capitán Riestra. Tenemos disponible toda la información que necesitamos. Ni bien lleguemos a Uribelarrea, iré a ver al forense y luego visitaré la Iglesia del pueblo para hablar con el sacerdote. Y por último, tendré una entrevista con el señor Esteban Macero y… ¿La señora Bermejo, la segunda víctima, tiene algún pariente, hijo, hermana, sobrino…?
_ No. No tenía a nadie.
_ Perfecto, entonces. Mis diligencias serán las que acabo de mencionarle. En tanto usted, investigue todo lo que pueda sobre la señorita Carabajal. Vuelva a hablar con el señor Lorero de nuevo, si es preciso. O de lo contrario, permítame a mí reunirme con él.
_ Lo haremos a su modo, Dortmund.
_ Otra cosa. ¿Cree que si la señorita Carabajal no se hubiera accidentado, se habría suicidado como las dos víctimas anteriores?
_ Seguramente, lo habría hecho… Inducida por el asesino, claro está.
_ Muy claro, capitán Riestra.
Sean Dortmund sonrió con satisfacción y perspicacia.
III
Cuando el inspector Dortmund y el capitán Riestra arribaron a Uribelarrea, se encontraron con otra tragedia. Eugenio Landa fue encontrado muerto en la vereda de su casa. Se arrojó desde el balcón al vacío. El señor Landa tenía 73 años y tenía una empleada doméstica que trabajaba para él, quien lo encontró muerto cuando llegó a prestarle sus servicios esa misma mañana.
_ ¿Cómo era el comportamiento del señor Landa durante las últimas semanas?_ inquirió el inspector Dortmund en la escena.
_ Era el ser más extraordinario que podía existir. Era muy solidario. Todos en el pueblo lo querían_ respondió Silvia, la empleada doméstica, compungida y entre sollozos._ Se encontraba mejor que nunca. Siempre sonriente y de buen humor. No puedo creer que se haya suicidado. No lo comprendo.
_ ¿Recibió el señor Landa algo que lo haya alterado significativamente durante los últimos días?
_ No. Recibía la correspondencia habitual. Nada extraño.
_ ¿Podemos ver esa correspondencia, por favor?_ intervino el capitán Riestra.
_ Por supuesto_ asintió la muchacha.
La correspondencia era la normal que cualquier persona recibe: facturas, recibos y ese tipo de cosas. Pero una carta en particular llamó la atención de ambos caballeros. Manifestaba lo siguiente.
“Usted es un viejo degenerado y depravado. Y esas cosas se pagan caras”.
Era anónimo y tenía las mismas características que todos los anteriores. Sean Dortmund y el capitán Riestra intercambiaron una mirada significativa.
_ Disculpe que le pregunte lo siguiente_ dijo el capitán con pavor y tragando saliva._ ¿El señor Landa alguna vez se propasó con usted o le dijo cosas que la pusieron a usted en una situación incómoda?
La empleada doméstica lo fulminó con la mirada y su expresión se tornó grave y agresiva.
_ ¿Cómo se atreve a insinuar tal cosa? ¡El señor Landa era un Santo!
_ ¿Ni tampoco recibió quejas de otras mujeres?
_ ¿¡De dónde saca esas barbaridades!?
_ Dispénselo, señorita_ intermedió afablemente Dortmund._ Sólo hace su trabajo.
_ Que lo haga de otra manera, entonces.
_ Voy a tener que llevarme esta carta como evidencia_ dijo Riestra mientras exhibía el anónimo en cuestión.
_ Llévese lo que quiera. Pero váyase ahora mismo. Quiero hacer el duelo del señor Landa en paz y en soledad.
_ Gracias. Y lamentamos profundamente su pérdida. Con permiso.
_ No estaba alterado, aparentemente_ comentó el capitán Riestra una vez alejados de la escena._ El señor Landa cargó con toda la culpa por dentro. No reaccionó como los anteriores.
_ Pero se suicidó como los anteriores_ corrigió Dortmund.
_ Eso sí.
Sean Dortmund fue a entrevistarse con el forense de la Policía local. Los informes de las autopsias de las tres primeras víctimas no revelaban intervención de terceros ni nada fuera de lo habitual. Las características de las muertes se correspondían con un suicidio.
_ Excepto la de la señorita Victoria Carabajal_ aclaró el patólogo._ Su muerte fue accidental. Un desafortunado incidente cuando salió de bañarse.
_ Todo avalado por el juez de la causa, ¿no es así?_ remarcó el inspector.
_ Exactamente.
_ ¿No encontró ningún tipo de sustancia fuera de lo común?
_ No sé a qué se refiere puntualmente, inspector. Pero no. Como dije antes, nada fuera de lo común.
_ ¿Tampoco buscó nada específico en los cuerpos?
_ No había necesidad de eso. Y ya no puedo hacer nada porque el juez liberó los cuerpos. Ya no están más en mi morgue. Le avisaré en cuanto tenga los resultados de la autopsia del señor Landa. Pero no creo que difieran mucho de los otros.
_ Comprendo, doctor. ¿Y qué puede decirme de los anónimos que recibieron todas las víctimas antes de suicidarse?
_ No me compete. Pero admito que es muy curioso el hecho, por no decir extraño. Pero usted sabe cómo funciona la Justicia en nuestro país y más en un pueblo pequeño y humilde como el nuestro.
_ Entiendo eso. Por supuesto. ¿Usted cómo juez, qué haría en un caso así?
_ Seguramente lo investigaría. ¿Por qué?
_ Simple curiosidad, nada más. Gracias por su tiempo, doctor.
Y se retiró cordialmente. Su siguiente diligencia fue conocer la Iglesia del pueblo y su sacerdote. Era una hermosa arquitectura de principio de siglo. Pequeña por dentro pero decorada maravillosamente. La administraban el sacerdote, cuatro curas y algunos monaguillos, que era todo el personal del que disponía la institución.
En resumidas cuentas, el padre Molina, sacerdote de la Iglesia de Uribelarrea, admitió que todas las víctimas eran religiosas y que asistían regularmente a confesarse. Pero los secretos de esas confesiones no podían ser revelados sin la orden debidamente justificada de algún juez y Dortmund lo entendió de muy buena forma. Ahí había un punto de contacto entre las cuatro víctimas y si fueron envenenadas para ser inducidas al suicidio, la Iglesia pudo haber sido el epicentro elegido para tal propósito, ya que todos convergían ahí por lo regular. Por lo tanto, el asesino tenía un mismo lugar en común en donde hallar a todas sus víctimas juntas.
Dortmund se entrevistó con los curas, los monaguillos, le agradeció el tiempo y la colaboración al padre Molina y se retiró satisfecho.
Por su parte, el capitán Riestra, referente a la señorita Carabajal, había averiguado que los hijos que tenía con el señor Lorero, él no era el padre. Y eso es algo que la víctima se lo ocultó por muchos años a él.
_ Un motivo muy fuerte_ ostentó el inspector Dortmund._ Me gustaría intercambiar personalmente algunas palabras con el señor Lorero, de ser eso posible.
IV
_ Investigué a fondo al señor Landa_ explicaba Riestra_ como usted me ordenó, Dortmund. Completamente limpio. Ninguna mancha en su historial.
_ Y sin embargo, se suicidó por vergüenza_ reflexionó lentamente el inspector.
_ Como los anteriores.
_ Excepto la señorita Carabajal, que murió accidentalmente. Se olvida de eso, capitán Riestra, que no es un detalle menor.
El capitán asintió con la cabeza.
_ ¿A qué se dedicaba el señor Landa?_ inquirió Sean Dortmund.
_ Era martillero público_ repuso el capitán._ El más noble y decente de Uribelarrea y alrededores, según los testimonios que reuní.
_ Entonces, nada más que decir.
Riestra miró al inspector extrañado.
_ ¿A qué se refiere?_ preguntó meramente desorientado.
_ A que el caso está prácticamente resuelto. Pero necesito hacer algo antes para confirmar mis sospechas.
_ Lo que usted disponga_ aprobó su amigo, rendidamente.
Fueron a visitar al señor Moisés Lorero. Era un hombre con rasgos tipo orientales, estatura baja y barba poblada. Le extendieron las debidas condolencias y Dortmund le formuló algunas preguntas sin interés sobre la causa solamente para entrar en confianza.
_ ¿Eso es todo, señores? Porque tengo muchas cosas que hacer_ expresó el señor Lorero después de que Dortmund terminara de preguntar.
_ Sólo una cosa más_ agregó el inspector._ Me gustaría recrear cómo fue el accidente de su esposa, si me permite. Es una formalidad para el dictamen final del juez.
El señor Lorero se mostró un poco renuente al comienzo, pero finalmente aceptó sin mucha resistencia, y dirigió al inspector y a Riestra al baño. Sean Dortmund se puso de cuclillas ante la bañadera y la palpó discretamente con ambas manos. Se volvió hacia el señor Lorero.
_ ¿Dice que su esposa salió, patinó y pegó la cabeza contra el borde del lavabo?_ cuestionó Sean Dortmund.
_ Así lo determinó el juez. Yo no estaba cuando pasó. Encontró sangre en el borde de la bañera.
Sean Dortmund se puso de pie y fulminó al señor Lorero con la mirada.
_ Sangre que usted mismo transfirió_ proclamó el inspector con vehemencia.
_ ¿Me está acusando de haber asesinado a Victoria?
_ Sí. Usted discutió con ella porque se enteró que sus hijos, usted no es el padre biológico. Y tuvo que pasar cuando la señorita Carabajal y usted ya estaban juntos. Así que, se enteró (y sé muy bien que se enteró recientemente), se pelearon, usted la empujó y ella pegó la cabeza contra el borde del lavabo, produciéndole una muerte instantánea. Seguramente me diga que no lo quiso hacer, pero lo hizo. Así que, para evadirse de las sospechas hacia su persona, transfirió gran parte de la sangre del lavabo a la bañera y el resto lo limpió. Y sólo fue cuestión de acomodar el cuerpo. Pensó en dejarlo así, pero recordó que Uribelarrea está asediada por un desconocido que envía anónimos incriminadores a sus vecinos con acusaciones abrumadoras. Y vio la oportunidad clara de achacarle su crimen a él. Redactó un anónimo con acusaciones falsas sobre su esposa, pero fundadas en un hecho real, y lo plantó para que la policía lo encontrase. Así, no se fijarían nunca en usted, señor Lorero.
La respiración del señor Moisés Lorero se agitó abruptamente, al tiempo que Riestra se acercó prudentemente y lo arrestó.
_ Yo no escribí el anónimo que dice. En eso se equivoca usted_ espetó iracundo el señor Lorero.
_ Si usted lo dice…_ replicó el inspector sobradamente.
_ ¿Cómo lo descubrió?_ quiso saber intrigado, el capitán Riestra, una vez consumado el arresto.
_ El accidente no era compatible con el misterio de los anónimos. Resultaba imposible que la señora Victoria Carabajal resultase una víctima más de aquéllas injurias. Su asesinato tenía que ser personal y responder a otro motivo. Y cuando usted me confirmó que el señor Lorero no era el padre biológico de sus hijos, lo supe.
_ Esconder un crimen en particular en otra serie de crímenes. Voy a ver al juez para que reconsidere los demás casos a partir de esta información.
_ No es el único, capitán Riestra.
_ ¿A qué se refiere?
_ A que tenemos al asesino de los anónimos todavía libre.
Riestra se quedó boquiabierto.
_ ¿Pensaba que lo teníamos todo resuelto?_ agregó Dortmund._ Todavía nos queda un paso más.
V
_ Repasemos_ propuso Sean Dortmund._ La primera víctima, Sebastián Oberto, fue acusado de infidelidad a raíz de un romance prohibido que mantenía con la señorita Micaela Berrino, la mujer de su mejor amigo, Esteban Macero.
_ Hay que volver a hablar con ambos_ sugirió Riestra.
_ Por el momento, me interesa enfocarme más en el señor Macero.
_ Muy bien. Prosigamos.
_ La segunda víctima, Alicia Bermejo, era una maestra jardinera retirada que fue acusada de maltratar a chicos tanto física como psicológicamente. Sola, sin familiares con quienes hablar. Pero las denuncias que pesan en su contra tienen mucho fundamento y son sólidas, según se desprende de sus investigaciones, capitán Riestra.
El aludido consintió con un movimiento de cabeza.
_ El asesinato de la tercera víctima ya está resuelto_ continuó el inspector._ Así que, pasemos al cuarto homicidio. El del señor Eugenio Landa. Acusado de abusar de mujeres, grave acusación que su fiel mucama negó categóricamente.
_ No hay nada en su contra en ese aspecto.
_ ¿Ni en ningún otro tampoco?
_ Absolutamente.
_ ¿Algún familiar del señor Landa?
_ Ninguno tampoco. Nunca se casó, nunca tuvo hijos. Además, era hijo único.
_ Entonces, querido capitán Riestra, el caso está resuelto.
La mueca de satisfacción dibujada espontáneamente en el rostro de Sean Dortmund se tornó insoportable para el capitán Riestra, que aún no comprendía lo que estaba sucediendo.
Esteban Macero aún seguía dolido e imponente por la infidelidad de la que fuera víctima, pero lo camuflaba extraordinariamente con un manto de amabilidad insoslayable, obligado por las inevitables circunstancias de alguien de su temperamento.
_Sebastián y yo éramos amigos de toda la vida_ explicaba el señor Macero, conteniendo forzosamente su rabia._ De adolescentes nos enamoramos los dos de Micaela. Pero él optó por abrirse paso y dejarme el camino libre a mí para que yo la conquistara. Y así fue. Pero ella debió haber estado enamorada de Sebastián y haberse casado conmigo solamente de lástima. Y eso es muy humillante para un hombre. Los dos se estuvieron riendo de mí durante más de quince años.
_ ¿Cómo puede estar seguro de eso, señor Macero?_ preguntó Dortmund.
_ Cuando usted conoce a dos personas de prácticamente toda la vida, aprende a conocerlos y darse cuenta de muchas cosas.
_ Pero usted no se dio cuenta de la infidelidad.
_ Porque tenía puesta una venda en los ojos, que ese anónimo afortunadamente ayudó a sacarme.
_ ¿Cómo supo del anónimo?_ intervino Riestra.
_ Cuando la Policía y el fiscal me notificaron lo que había pasado con Sebastián. Al principio, me costó digerirlo. Pero Micaela me lo confesó entre lágrimas.
_ Y usted la abandonó_ sentenció el inspector.
_ Por supuesto que me divorcié. Ella agarró sus cosas y se mandó a mudar.
_ ¿Lamenta la muerte del señor Sebastián Oberto, señor Macero?
_ No. Prefirió el suicidio a tener que enfrentar la deshonra a la que me había sometido.
Fue fastidiosa la frivolidad con la que respondió.
_ ¿Qué saben del tipo que mandó el anónimo?_ quiso saber el señor Macero.
_ ¿Por qué quiere saber?_ refutó el capitán Riestra.
_ Simple curiosidad, nada más. Quería agradecerle personalmente la información.
_ Aún no lo encontramos.
_ ¿Quién más sabía de la relación paralela que el señor Oberto mantenía en secreto con la señorita Berrino?_ indagó Dortmund.
_ Nadie, hasta donde sé.
_ Evidentemente, alguien más lo sabía, al igual que los secretos de la señora Bermejo como del señor Landa, respectivamente. Y creo tener la certeza de cómo el desconocido lo averiguó. ¿La señorita Berrino iba a la Iglesia con regularidad?
_ Se confesaba bastante, sí. Pero, esas confesiones son de carácter estrictamente confidencial. ¿Cómo es posible que…?
_ Con esto_ Y Sean Dortmund extrajo un micrófono del bolsillo de su saco, que se lo exhibió con petulancia al señor Esteban Macero._ El desconocido lo instaló en el confesionario de la Iglesia y espiaba las conversaciones remotamente. Así supo lo de su esposa con el señor Oberto, como así también lo de la señora Bermejo.
_ Y se olvida del señor Landa.
Esteban Macero se estaba poniendo severamente nervioso.
_ Él no era culpable de nada. Pero tenía algo en común con la señora Bermejo, la segunda víctima: no tenía familiares. Dos personas que si morían no importaba. ¿Y todo para qué? Para cubrir su homicidio, señor Macero.
Esteban Macero se quedó inmóvil, mirando a Sean Dortmund tensionado y palidecido.
_ El caballero de la tienda del pueblo _ continuó disertando el inspector_ recuerda haberle vendido este micrófono a usted unos pocos días antes del asesinato del señor Oberto. Asesinato que si se descubría, los investigadores averiguarían lo del amorío y las sospechas recaerían indeliberadamente en usted y lo detendrían por el crimen. Porque usted verdaderamente se enteró unos días antes de la traición porque usted mismo escribió ese anónimo, señor Macero. Se enteró del romance que su esposa y el señor Oberto mantuvieron en secreto por largos años y se tomó su tiempo para planificarlo todo hasta el último detalle. Y este libro, estoy seguro, le dio la idea. Este libro y este artículo periodístico, sin dudas.
Dortmund le exhibió un ejemplar de “El caso de los anónimos” de Agatha Christie y un recorte de un medio local referente al caso de la señorita Pilao que el inspector rememoró más arriba.
_ Encontré las dos cosas en su biblioteca, señor Macero_ siguió Sean Dortmund._ La idea de culpar a personas de graves pecados que cometieron para que posteriormente se suicidaran como consecuencia de la vergüenza que sentirían por tales actos fue brillante, debo admitirlo. Brillante. Pero para enterarse de dichos pecados, tenía que buscar el modo de espiar a todos los habitantes del pueblo de una manera hábil y e ingeniosamente encubierta. Y se le ocurrió colocar un diminuto micrófono en el confesionario de la Iglesia. Fue a confesarse con el pretexto de poder lograr su cometido. Y como el lado del sacerdote está dividido por una pared que casi no deja ver el interior, fue demasiado fácil hacerlo. Se la pasó horas oyendo las confesiones de la mayoría de los habitantes de Uribelarrea hasta encontrar un blanco apetecible e idóneo que sirviera fehacientemente a sus propósitos. Y ahí apareció en escena la señora Alicia Bermejo, cuya denuncia en su contra por maltrato a niños no era ningún secreto. Y además corría con otra importante ventaja a su favor: la señora Bermejo era sola. Así que, preparó su acusación y se la envió. Una vez eso, se las ingenió para suministrarle escopolamina para inducirla al suicidio. Pero primero se encargó del señor Oberto. Le mandó el anónimo, esperó que la situación erosionase y lo indujo a que se suicidase de un disparo en la cabeza. Luego, se encargó de la señora Bermejo. Y faltaba alguien más, alguien que reuniera las mismas características que la señora Bermejo. Pero no había nadie. El único que encajaba con su perfil era el señor Eugenio Landa porque era un hombre solo. Pero como resultó ser una persona con una conducta incuestionable, tuvo que inventarle la acusación. Y le inventó conductas indebidas con diferentes mujeres del pueblo, supongo. Y posteriormente, lo indujo al suicidio. Y ese fue su error, señor Macero, porque el señor Landa ignoró la carta y le restó importancia a las acusaciones porque sabía que eran enteramente falaces. Su mucama nos dijo que estaba perfectamente de ánimo y lleno de vitalidad. ¿Y cómo una persona que es acusada de lo que fue acusada va a permanecer en calma y de la nada va a suicidarse? Resultaba muy llamativo. Y ese fue su gran error. El error que lo delató, señor Macero.
_ Suerte para probarlo_ lo desafió Esteban Macero, petulante.
_ Hay una orden de allanamiento para su casa en curso. Cuando la requisen, seguro encuentren la máquina de escribir desde donde redactó los anónimos en cuestión y la escopolamina. Y al respecto, sáqueme de una duda. ¿Cómo se las ingenió para suministrarles el veneno a sus víctimas?
_ Eso solamente se lo diré al juez en caso que me lo preguntara.
_ Me parece razonablemente justo. ¿Quiere decirme algo más antes de que el capitán Riestra se lo lleve detenido?
_ Se olvida de Victoria Carabajal. Le mandé el anónimo. Pero no llegué a hacerle nada porque murió antes por un accidente que sufrió en su casa. El accidente hizo el laburo por mí.
Dortmund se quedó meramente estupefacto, porque después de todo, el señor Moisés Lorero había dicho la verdad al respecto.
_ Su muerte no fue ningún accidente_ aclaró el inspector._ La mató el esposo y usó su carta para cubrir su crimen.
Sean Dortmund y el capitán Riestra sabían que eso no era cierto, pero Esteban Macero lo desconocía. Y se alteró enormemente al enterarse. Pero la duda seguía latente. ¿El señor Lorero realmente tuvo intenciones de cubrir el crimen de su esposa ocultándolo como una víctima más del señor Macero? A esta altura, era imposible confirmarlo. Pero el inspector estaba convencido que sí. Y su intuición era más valiosa que su razón. Y eso es algo que nadie podrá cuestionar jamás.
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