"Dame la mano", me dice mi madre.

Esa frase, es el primer recuerdo que tengo de ella. El primer recuerdo nítido, pero en blanco y negro.

Estábamos parados frente a una avenida de ocho carriles y cruzarla, representaba mi primer gran aventura. No tendría más de tres años. Los autos pasaban a tal velocidad, que era difícil distinguirlos. "¿Qué hay del otro lado, mami?". Y ella, que nunca había desdeñado una buena aventura, simplemente me dijo. "No sé, mi amor. Vamos averiguarlo".

Y resultó que del otro lado estaba el mundo, y fue mi primer contacto con él, guiado por ella.

"Dame la mano", repite ella.

El pitido del electrocardiograma es cada vez más espaciado. Me mira, con el mismo temor, supongo, que tenía yo al cruzar por primera vez la avenida.

"¿Qué hay del otro lado, hijo".

"No sé, mamá", le contesto y no logro evitar que una lágrima caiga sobre su sábana de hospital.

Le doy la mano.

Ella sonríe. Y con esa sonrisa se va.

"Vamos a averiguarlo", me dice.