Para algunos es inabarcable; para otros, dura lo que un soplido. En definitiva, el tiempo es una de las pocas situaciones que nos pasa a todos los seres por igual. Aunque no del mismo modo. Desde que Albert Einstein desarrolló la teoría de la relatividad, el estudio del tiempo fue objeto de obsesiones. Donde muchos se desvivieron por manipularlo. Estudiaron su funcionamiento, mas de lo que se predispusieron a vivirlo. Stephen Hawking encontró un espacio donde detenerse con los agujeros negros. A partir de esos tratamientos, la literatura de ciencia ficción se valió de ellos, y de otros tantos artilugios, aun con tramas cuestionables a nivel científico, para justificar historias de viajes a través del tiempo y el espacio.
Los motivos para utilizar ese recurso en los guiones eran variados. Desde conquistar a un amor platónico en “Cuestión de tiempo” (2013), hasta reparar errores, provocando mayores daños, en “El efecto mariposa” (2004). Algunos protagonistas eran presos de un eterno Déjà vu, sin siquiera haberlo buscado. El personaje de Bill Murray estaba atrapado en un, al parecer, interminable bucle temporal en “Hechizo del tiempo” (1993). Ya dado por vencido, aprovechaba esa condena para realizar alguna fechoría con impunidad. Eric Bana, personificaba a un viajero, cuyos desplazamientos desafortunados, lo llevaban a situaciones peligrosas en “El viajero del tiempo” (2009). Toda sus momentos felices fueron interrumpidos por extraños saltos en el tiempo. Era una víctima presa del mismo, sin poder evitarlo.
Otros personajes recurrieron a distintos artificios para transportarse o detener los momentos para siempre. El personaje de Sbaraglia en “Tango Feroz: la leyenda de Tanguito” (1993) retrataba a sus amigos “porque ese momento no iba a volver a repetirse”. Gracias a esto, un Tango póstumo pudo verse hablando a la lente, sin existir ya en este plano. La distópica serie “Black Mirror” (2011) tiene un capítulo llamado “Toda t historia” donde el protagonista accede a los recuerdos visuales que alberga un chip instalado en su cerebro. Su obsesión lo lleva a perder el presente, en busca del pasado, para corroborar sus sospechas. En “Volver al futuro” (1985) observamos a Doc Brown y su dominio con el Delorian, un auto cuya configuración lo hacía transportarse a un tiempo indicado, con efectos cuestionables para el presente. Estos personajes nos invitan a cuestionarnos sobre los abusos en el uso de dispositivos, teniendo al celular como abanderado en la carrera de descuidar el momento real, en pos de un espacio virtual, seudo real.
Las apreciaciones sobre el tiempo abundan. Algunos afirman que “el tiempo es todo el tiempo”, Cerati cantaba que “siempre es hoy”. Mientras tanto, el tango llora sus penas por mantener vivo un recuerdo que nunca volverá. En cambio, escuchamos al Indio Solari advertir que “el futuro llegó hace rato”. La percepción sobre el paso del tiempo, y la idealización de un futuro o añoranza de un pasado, no tan glorioso como se lo recuerda, es tan variable como multitud de individuos existentes.
Desde mi punto de vista, hay una manera de transitar el tiempo, por el cual una hora puede borrarse de un plumazo y unos minutos pueden durar una eternidad. Y eso depende de la conciencia. La atención puesta en los momentos vividos es clave para recurrir a ella. La irreparable pérdida de varios seres queridos y el distanciamiento de otros tantos, me llevó a recordar la poca presencia mental que tuve con ellos muchas veces. Eso no fue con mala intencion. Sólo descuidos por preocupaciones o uso de distintas pantallas.
Existen otros modos de intentar capturar el pasado, para disfrutarlo en el presente. Consiste en el revival de las décadas pasadas en distintas disciplinas artísticas. El retorno de la serie Twin Peaks en su tercera temporada (2017), veintiséis años después de su precuela, dejó más interrogantes que certezas. Los personajes eran los mismos pero las tramas habían cambiado. Incluso ver series de hace más de diez años, nos instala en un universo intermedio donde no logramos compatibilizar con la estética o incluso el humor o guión planteados. Muchas veces nos encontramos con una trama lenta, que habíamos idealizado en su momento. Nuestros consumos culturales y maneras de percibir el tiempo de un modo fast food, distan de aquellos tiempos lentos y gloriosos.
Bandas tributo a otros grupos musicales nos emocionan desde algún bar o podcast. Pero nos dejan con el sinsabor de aquello que no es idéntico a lo que fue. Especiales de música de los setenta, ochenta y noventa transcurren cada tanto en los canales y programas de música. Ciertos filtros o ediciones imponen una estética retro en los contenidos para redes sociales o producciones de moda. Todo eso nos lleva al pasado y nos trae de vuelta sin escalas. ¿Qué podemos decir sobre las biopics sobre diseñadores, músicos, escritores y distintos fotógrafos? Simulan una ventana desde donde aproximarnos a la vida de aquellos que no se encuentran presentes, y dejaron una impronta en la sociedad.
En un ambiente más personal que artístico, la cápsula del tiempo es otro evento celebrado con esperanza y emoción . Ayer nomás, pasé por la facultad de sociales de Lomas de Zamora, de la cual soy egresada hace ya catorce años. Había jurado no volver. Tengo conflicto con los recuerdos y el cierre de etapas. Aprovechando la ocasión, visité su imponente biblioteca del predio. Me llamó la atención hallar una cápsula del tiempo, ubicada en la recepción, colocada con respeto dentro de una caja de vidrio, en algún intento por congelar los recuerdos. Días atrás, había leído que Mark Zuckerberg crearía un dispositivo de teletransportación, en forma de unas gafas de realidad virtual. En mi opinión, es cuestionable que por motivos de ahorro en costos de viajes o evitar el uso de transporte contaminante, se camufle una nueva manera de que nos quedemos en casa, mirando como todo sucede. Si alguien te diera a elegir entre ir a un lugar desde unos lentes tipo 5D y enfrentar la incertidumbre del viaje real ¿que elegirías?
Era inevitable plasmar esta especie de artículo, o intento de ensayo para entender: ¿Porque aún nos empecinamos en intervenir en él? ¿Por qué no podemos tan sólo vivir el presente? Según Moris: “Solamente, el momento en que estás. Sí, el presente. El presente y nada más “ Los artefactos y dispositivos para almacenar los registros, nos dan cierto alivio por no perder esos recuerdos. No somos como Ireneo Funes, alias “el memorioso”. Por fortuna, porque eso nos llevaría a acercarnos mas a actuar como un procesador de texto y menos como un humano. En nuestro afán por retener los recuerdos, quitaríamos tiempo a la emoción que surge al procesarlos. No habría tiempo para ello.
El motivo de mi visita a la facultad, era asistir a la charla del fotógrafo de la guerra de Malvinas, Eduardo Rotondo. Presentaba su nuevo libro “Malvinas: los ojos de la guerra” Me encontré inmersa en el relato, vivenciando todo con asombro. ¿Cómo era posible que el narrador relatara hechos que sucedieron hace cuarenta años, como si hubieran pasado la semana anterior? Incluso un grupo de veteranos de guerra que se hallaban en el auditorio, le consultaban por su punto de vista, y confirmaban la veracidad de su relato. Esa manera tan vívida de describir los hechos, me hacía casi palpar el suelo de las islas. Guiado por sus palabras, en mi mente estaba viendo distintos episodios que titularé a continuación:
1. La trayectoria de un fusil.
2. Un avión inglés derribado a balazos por un soldado argentino.
3. Pies engangrenados. La irreparable pérdida de piernas y otras extremidades.
4.El escaso homenaje a los veteranos.
Su testimonio me hizo visualizar los hechos con mas claridad de lo que pude apreciar en los videos y fotos proyectados. El relato narrado que hace que el oyente pueda vivir el hecho como testigo, requiere de varias competencias. Por un lado, de la toma de conciencia del interlocutor al momento de escuchar el relato. Por el otro, una minuciosa memoria por parte del emisor del mensaje, para llevarnos a ese tiempo pasado que se siente como el presente.
Todo eso me lleva a interpelarme sobre porque me apropio de ciertas herramientas de expresión, y porque las prefiero hasta para pasar mis ratos libres. La fotografía, el dibujo y la escritura, como medios para documentar aquellos momentos que ya no volverán. La lectura y visita a exposiciones, museos y bibliotecas para recurrir a los registros de otros. Cuando hago una investigación sobre ciertos temas de los que escribiré, viajo en el tiempo a mi modo. Incluso cuando busco las fechas de las películas para producir este texto, estoy hurgando en el pasado.
Todos los dispositivos digitales e impresos de búsqueda, tienen una especie de limitación, pues los testimonios están condicionados con la subjetividad del narrador. Por lo cual, son pocos los momentos que pueden vivenciarse con una impresión exacta. Incluso las fotografías están editadas con intención de evidenciar algo en particular. De todo esto, surgen algunos interrogantes: ¿Vivir para recordar es vivir? ¿Qué espacio le queda al presente en ese dilema? Si vivimos los minutos con intensidad, para que cada momento cuente ¿será necesario acudir tanto al pasado?
Por mi parte, hace mucho que intento abandonar la nostalgia. Esa sensación de regodearse en algún sentimiento por lo que se fue, aferrándose a él con todas las fuerzas. He pasado por el proceso de hacer abuso de esos viajes en el tiempo a través de mis consumos culturales. Y también llegué a restringirme con el tiempo que utilizo con los dispositivos. Hay en mí, una lucha por no perder aquel tesoro tan valioso llamado presente.Eso me lleva a transcurrir entre un abundante consumo y una desconexión total de las redes. “Carpe diem”, recitaba Robin Williams en “La sociedad de los poetas muertos” (1989). Utilizaba la expresión en latín traducida como “aprovecha el momento”. De nosotros depende, decidir si pasaremos ese instante irrepetible captándolo todo, o dejaremos un margen a la vida para que nos sorprenda.